GERVASIO MÉNDEZ


Gualeguaychú, Entre Ríos, Argentina, 1843 - Buenos Aires, 1897

MISERICORDIA Y PERDÓN

(fragmento) 

Vibra, Señor, en mi oído
El místico y dolorido
Acento de la oración
Con que a Dios le suplicabas
Y de rodillas clamabas
¡misericordia y perdón!

Vive, Señor, en mi mente
Esa súplica ferviente
Con que herido el corazón
Del pueblo, por quien de hinojos
Pediste, húmedo los ojos:
¡misericordia y perdón!

De ese pueblo que la muerte
Iracunda, lo convierte
En tenebroso panteón;
de ese pueblo arrepentido
Que pide al Dios que ha ofendido:
¡misericordia y perdón!

Del pueblo que desfallece,
mientras en su labio crece
La sed de la religión;
del pueblo que se derrumba
Diciendo, al pisar la tumba
¡misericordia y perdón! 
(...)

LOS NÁUFRAGOS DEL MUNDO 


¿No lo veis, con los ojos sepultados 
En sus órbitas negras, 
Como abismos de luz que resplandecen 
En noche de tinieblas? 

¿No lo veis, derramando en la mirada 
Su agitación suprema, 
La agitación del naufrago que siente 
La ola que se acerca? 

¡Ahí están: son los náufragos del mundo, 
Batidos por las penas, 
Que han caído en el mar de las desgracias, 
Ese mar sin riberas! 

¡Luchan solos, asidos a la tabla 
De una esperanza incierta 
Que sus almas sostienen en el combate 
Y es tal vez la postrera! 

En el pálido mármol de sus frente 
La sombra se proyecta 
De un pensamiento, como negro lazo 
Que los ata a la tierra: 

El recuerdo, querido y doloroso 
De la mansión materna, 
De ese cielo tranquilo cuyos astros 
No apago la tormenta, 

De ese cielo que vive en la memoria 
Como Dios en la idea, 
Donde se vuelve el alma del que sufre, 
A la que tal vez no vuelvan!... 

Ah! Mirad como clavan sus pupilas 
En la extensión desierta 
Buscando algunos ojos que en los suyos 
Sus sufrimientos lean, 

Buscando algunos labios que contesten 
A sus suplicas tiernas: 
Un corazón buscando, que el idioma 
Del infortunio sepa 

¡pero en vano, que el monstruo de la tumba 
Solo escucha sus quejas 
Dilatando su boca inmensurable 
De humana carne hambrienta! 

¡Están solos! La ola del destino 
Se levanta tremenda 
Y al descargar el golpe de la muerte 
Se rompe en sus cabeza 

¿No lo veis? – Son los náufragos del mundo 
Batidos por las penas 
Que han caído en el mar de la desgracia. 
Ese mar sin riberas. 

A SAN MARTÍN 


No podía morir! Cupo en la tumba 
La gigantesca talla de su cuerpo 
Para encerrar su nombre y su memoria 
El hogar de la muerte era pequeño! 

No cabía su espíritu grandioso 
En la mansión eterna del silencio 
Como el alma de Dios necesitaba 
El espacio sin limites del cielo 

Aquel cóndor altivo que surgía 
De entre las nubes de rojizo fuego 
Para tejer su nido de laureles 
de los cañones de los hondos huecos 

Aquel brazo potente, que de España 
Hizo temblar el formidable cetro 
Y que en la nieve de los altos andes 
Iba a templar su deslumbrante acero 

Aquella alma celeste que exhalaba 
Todo el calor de un celestial incendio 
Cuando henchida de gloria se cernía 
De las batallas como el humo denso 

Cayo en la tumba, como caen los astros 
En el sudario de su luz envuelto 
Cayo para dejar sobre la tierra 
La memoria inmortal de sus destellos 

No se extinguió, dentro del sepulcro helado 
La irradiación de sus gloriosos hechos 
La libertad la recogió en sus alas 
Para alumbrar su esplendoroso templo 

Ante ella dobla su altanera frente 
Para pedirle inspiración el genio 
Y va la patria a retemplar su vida 
En sus instantes de dolor supremo 

Héroe inmortal! Al recordar tu nombre 
Chispear el alma de entusiasmo siento 
Y en vano intenta modular mi lira 
De tus victorias el sublime estruendo 

¿Qué extraño que arda al resplandor del tuyo 
Como un volcán, mi enardecido pecho 
Si hasta las piedras en Maipu incendiaba 
Batiendo el casco tu corcel guerrero 

Ah! Quien pudiera levantar la vida 
Sobre esas nubes que acaricia el viento 
Y en luz de estrellas y ternuras de ángel 
Bañar el arpa y arrullar tu sueño! 

Beber de Dios en la inspirada frente 
El blando acorde de su ritmo eterno 
Para decirle, en inmortales himnos 
Que tu memoria, San Martín, no ha muerto!

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