Belo Horizonte-Brasil, 1937
LOS DESAPARECIDOS
De repente, por esos días, comenzaron
a desaparecer personas, extrañamente.
se desaparecía. Se desaparecía mucho
por esos días.
Uno iba a tomar una flor ofrecida
y se desvanecía.
Se eclipsaba la gente entre un domicilio y otro
o en el taxi que se iba.
Culpable o no, se esfumaba
al regresar de la oficina o de la orgía.
Madres agarrando sus hijos y sus compras,
gestantes con "tricots" y grupos de estudiantes
desaparecían.
Desaparecían amantes en pleno beso
y médicos en medio de una cirugía.
Algunos mecánicos se diluían
-apenas conectaban el torno del día.
Se desaparecía. Se desaparecía mucho
por esos días.
Se desaparecía, a ojos vistas,
y no era miopía. Se desaparecía
incluso a primera vista. Bastaba
que alguien viese un desaparecido
y el desaparecido desaparecía.
Desaparecía el más conspicuo
y el más oscuro se diluía.
Incluso diputados y presidentes se desvanecíam.
Sacerdotes, igualmente, levitando
iban, enrarecidos, a constatar en el más allá
cómo los pecadores partían.
Se desaparecía. Se desaparecía mucho
por esos días.
Los actores en el palco
entre un gesto y otro, y los de la platea
mientras reían.
No, no era fácl
ser poeta en esos días.
Porque los poetas, sobre todo,
-desaparecían.
MUERTE EN LA TERRAZA
Muere otra paloma en la terraza.
Viéndola encogida hace días, yo no sabía
que la paloma (en aquella paloma) moría.
Llamo a mi mujer
para que me ayude a vivir más esa muerte.
Ella la toma en la mano. (Los animales la aman.)
La acaricia y la deja descansar en la sombra.
De nuevo sola,
la paloma mira el mundo quieto y estático.
De repente pone las patitas hacia arriba
batiendo las alas en un espasmo. (Otra paloma,
sorprendida por la escena, viene picoteando semillas
junto al cuerpo que agoniza.)
Tomo un bolígrafo rojo y anoto, urgente,
la muerte de la paloma en el poema.
La paloma deja caer la cabecita.
El poema se inclina.
Una gota roja cae del pico (o pluma)
y el poema
-termina.
CELADA VERBAL
Hay varias maneras de matar a un hombre:
con un tiro, de hambre, con espada
o con la palabra
-envenenada.
No es necesaria la fuerza.
Basta con que la boca suelte
la frase engatillada
y el otro muere
-en la sintaxis de la emboscada.
LOS HOMBRES AMAN LA GUERRA
Los hombres aman la guerra. Por eso
se arman alegres en coro y colores
para el dudoso deporte de la muerte.
Aman y no lo disfrazan.
Alardean ese amor en las plazas,
crean manuales y escuelas
alzando banderas y recogiendo cajones
entonando slogans y sepultando canciones.
Los hombres aman la guerra. Pero no la aman
solo con el coraje del atleta
y el orgullo militar, sino con la piadosa
voz del sacerdote, que antes del combate
sirve la Hostia de la Muerte.
Fue así en Crimea y Troya
en Eritrea y Angola
en Mongolia y Argelia
en Siberia y ahora.
Los hombres aman la guerra
Y mal soportan la paz.
Los hombres aman la guerra, profana
o santa, lo mismo da.
Los hombres tienen la guerra como amante
aunque desposen la paz.
Y que arrobos, Dios mío! En ese encuentro voraz,
¡Qué placeres, qué gemidos, qué ayes!
Qué sublimes perversiones urdidas
en la mortaja de las sábanas, agostando
la cama o campo de batalla.
Durante siglos pensé
que la guerra sería el desvío
y la paz la hurta. Me equivoqué. Son paralelas,
márgenes de un mismo río, la mano y el guante,
el pie y la bota. Más que gemelas,
son siamesas, par e impar, suerte y pesar
son el uróboro-serpiente circular
devorándonos eternamente.
La guerra no es un intervalo
es parte del espectáculo, y no sólo es tragedia,
es comedia, real o popular.
La guerra no es cruel imprevisto.
Es reincidente vicio. Es un rito
lleno de riesgos. Por eso
es mejor que el circo:
es donde el alegre trapecista
vestido de kamikazes
salta sin red ni soporte,
se quiebran todos los platos
y el contorsionista se parte
en el Kamasutra de la Muerte.
Pero la guerra no es el revés de la paz,
es su cuna, y seno complementarlo.
Y el horror no es en el arte. El horror
no es oscuro, es la contrapartida de la luz,
Lucifer es Luzbel, brilla como Gabriel
y el terror seduce. Nada más seductor
que Cristo muerto en la cruz.
Por lo tanto, la guerra no es sólo misa
que oficia el sacerdote, ciencia
que alucina al sabio, deporte
que fascina al fuerte. La guerra es arte.
Por eso con ardor de vanguardistas
frecuentamos la Bienal del Horror
e inauguramos la Bauhaus de la Muerte.
Pero sobre la carnicería no hay cuervos,
chacales, buitres, hienas.
Hay lindas garzas de aluminio, serenas
en un electrónico ballet.
Tal vez fuese la danza de la muerte, patética.
Pero no lo es. Apenas es otra lección de estética.
Por eso los soldados modernos
son como médicos y ingenieros
y ningún ministro de guerra
usa ropa de carnicero.
Guerra es guerra
—decía el invasor violento
violando la monja en el convento.
Guerra es guerra
—decía la estatua del almirante
con su boca de cemento.
Guerra es guerra
—decimos en el radar
degustando al enemigo
al norte del paladar.
Por lo tanto, no es preciso disfrazar
el amor a la guerra, con historias de amor a la Patria
y defensa del hogar. Amaos la guerra
y la paz, en bigamia ejemplar.
Yo, poeta moderno y el eterno Baudelaire,
yo y hasta vos, hypocrite lecteur
mon semblable, mon frère.
Queremos la batalla, aviones en llamas
navíos hundiéndose, el espectacular enfrentamiento
de mañana abrimos vísceras de peces
con la punta de las bayonetas,
y al son del culinario clarín
hundimos nuestras dagas en los chanchos
y adornamos de medallas
los muertos sobre la mesa.
Si es posible, la carne limpia, sin sangre
que el misil, lanzado a la distancia,
en silencio, no salpique nuestra ropa.
Pero si fuera preciso un "baño de sangre",
como decía Terencio: "Soy humano
y nada de lo que es humano me es extraño".
La muerte y la guerra, por lo tanto
ya no me agarran de sorpresa.
Inscribo su efigie en la piedra
como si el dado de mi suerte
ya no rodase al azar.
Como se pasase del blanco
al negro y al blanco retornase
sin ensombrecerme jamás.
Que venga la guerra. Cruel. Total.
El atómico clarín y la génesis del fin.
Cauto como conviene a los sabios,
primero gritaré contra ese hecho.
pero voraz, como conviene a la especie,
al ver que invaden mis huertas
de la hojas del banano inventaré
la ideológica bandera
y haré estallar el cuerpo de mi enemigo
antes que ataque.
Y si él no tira, ni viene, aprovecho
su descuido de hombre débil, invado su casa
realizando mi hambre de caníbal
rugiendo bajo mi máscara de hombre.
—¡Terrible es tu discurso, poeta!
Escucho a alguien decir.
Terrible fue elaborarlo,
ahora me siento libre.
La muerte y la guerra
ya no me pueden alarmar.
Como Edipo perplejo
las descifré en mis vísceras
antes que la dudosa esfinge
me pudiese devorar.
Ni cínico ni triste. Animal
humano, voy en marcha, danzas, rezos
para el gran carnaval.
Soldado, penitente, poeta
-la paz y la guerra, la vida y la muerte
me aguardan
-en un atómico funeral.
-¿Se acabará la especie humana sobre la Tierra?
No. Han de sobrar un nuevo Adán y Eva
para rehacer el amor, y dos hermanos:
-Caín y Abel
-a reinventar la guerra.
Traducido por Nahuel Santana
—
Comentarios
Publicar un comentario