JÁN ONDRUS

Nová Vieska (Eslovenia) 1932-Stupava, 2000

EL GALLO

1

Cada mañana había una sola ventana desnuda,
había un perro corriendo delante
y siempre la inmensa oportunidad
de decidirse con todo el cuerpo como sobre una piscina.
Subía el sol paso a paso.
Pisar con toda la planta.
Cerrar los ojos, ir de memoria,
elegir a cada paso un pie diferente,
siempre el otro, uno para el escalón, otro
para la flor invisible,
esquivar la papelera y la jarra puesta en medio,
la curva, la piedra, el cardo,
pararme y ver dónde estoy.
Estar siempre bajo el sol.
Pisar con toda la planta.
Tumbarme, morder la rebanada
e inclinarme de rodillas
sobre el agua que engaña
elevando el fondo negro y el pez inmóvil.

2

Pondré en la mesa la caña de pescar
y tú me dirás: entonces.
Dibujaré un muchacho
subiendo aprisa por el tronco de un árbol delgado
y tú me dirás: entonces.
Sólo entonces.
Estar otra vez bajo el sol.
Sentir con toda la planta.
El lugar central lo ocupaba la rueda
de molino del cielo, a la que se unían
en sentido contrario el sol, la luna, la tierra,
las manecillas del reloj, cambiadas cinco minutos,
y abajo las dos
ruedecillas dentadas.
Entre ellas metes el dedo.
Y la voz salió volando, y tu madre te cogió en brazos,
te consoló con sus labios, y en ellos
una pestaña caída se movía a un lado y otro
como la patita arrancada de una araña.

3

Había entonces un arado espejado.
Había una luna como un ramo.
Había un patio.
Había un árbol curtido y ruidoso, un nogal;
lo llevo en la memoria, donde hoy
golpeo con la larga vara del recuerdo.
Estar siempre ahí.
Estar siempre bajo el sol.
Ahí se erguía el maíz verde en su pata de azor,
se enganchaba y bebía
los mejores jugos de la tierra, que supuran
del costado, cuajan bajo la venda,
cristalizan en granos.
Estar siempre ahí.
Estar siempre bajo el sol, descoyuntar,
desmenuzar las mazorcas, descubrir sus encías
y hacer sonar el grano,
pisar con toda la planta.
El gallo se acercó. Descubriendo
todo y para todos.



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