Barrio de Almagro, Buenos Aires, Argentina, 1922-1967
CANTO A LOS HOMBRES DEL PAN DURO
Nacen, se reproducen, después
mueren.
De cobre son y el cobre los
golpea.
Llevan de cobre el corazón y
la camisa.
Llevan de cobre las mujeres
recias.
Llevan de cobre el ojo y los
abuelos.
De cobre son y suenan.
Nacen, se reproducen, después,
mueren.
Y es de cobre el vapor del
caldo escaso,
de cobre el duro tálamo, la
higuera,
el defendible hinojo,
la charla sobre el pan, el
hasta cuándo,
las mesas de hule roto, la
impaciencia
por ver caras alegres,
frutillas, casas propias,
amigos bajo el sol, bajo la
siesta.
Nacen, se reproducen, después,
mueren.
Fueron cadetes de la industria,
albañiles de andamios,
fabricantes de cosas inútiles
modernas,
paladines del aire y del
martillo,
fregadores de pisos, humo de
chimeneas.
Nacen, se reproducen, después
mueren.
¿Quién obtuvo sus sangres?
¿Quién destinó sus vértebras?
¿Quién los puso de gallos en
la aurora
caminando y gritando, pateando
y acatando,
hirviéndoles la sangre
compañera?
Yo los he visto hastiados
hasta decir no quiero,
los he visto matando en
frigoríficos,
matando en primaveras
en que todo nacía sin motivo aparente
como nacen las flores;
lo he visto con bolsas,
moverse, trabajando, cuando
era
la hora de comer,
la hora egregia del amor y del
descanso;
los he visto trepados a las
torres,
trepados a las viejas torres,
dándoles cal, charlando con
los ángeles,
mirando un punto de la tierra,
un solo punto vivo
al cual pertenecían
y por el cual hilaban sus
días, sus esencias.
Los he visto volviendo a sus
hogares
con la honradez al hombro,
mirándose las piernas,
detallándose niños y
costumbres,
algunas cosas que suceden,
pisándose las huellas,
hollándose los marzos, los
octubres,
los panes sin almuerzo, las
amargas cosechas
del frío, las amargas
recolecciones para otros
y las amargas siembras
del cobre que resuena en el
alma
como un gran acordeón tocando
a fiesta.
Yo sé que nacen, sí.
Yo sé: se reproducen. Yo sé:
se mueren.
Sé que suenan a cobre, sé que
suenan
a rasgadoras fiebres, a pan
hermoso y triste.
Tienen hijos de cobre, muy
sonoros;
tienen mujeres recias,
cigarrillos baratos en los
dedos,
hondas causas vitales
manchando sus ojeras.
Están aquí y allá.
Suenan, resuenan.
Son de una gama gris.
Andan y trepan.
Naturalmente cobres,
naturalmente solos,
tienen el sol cerrado sobre la
mano abierta.
Y un día caen trizados por el
tiempo,
con unos ojos amplios hacia el
norte
y un pan duro indicando sus
presencias.
Son esos hombres duros como el
cobre.
Suenan, resuenan.
TRANVÍA 14
Muy solo en este viejo tranvía
tan catorce
me prolongué hasta ti, como un
amigo.
Daban las dos de la mañana
(en otro tiempo el vigilante
de Salguero estaba ya dormido).
Daban las dos de la mañana
(la 104 se estrenaba su arpege
y su vestido).
Daban las dos de la mañana
(un recuerdo bebía de su copa
en un rincón del Gildo).
Puente Bustamante Pasabas tú,
bajando, tú
y un nolopienses dicho hasta
tu alma
y lluvias en esquinas y mateos
y finales tan dulces como las
rosas dadas.
Pasaba el puente mismo,
el morirse en las vías, el
despedirse en humo
y voz entrecortada
y pasaba palermo, pringles,
barrios pobres,
felices por el pie de tu
zapato y el calor de tu cara.
Te decía que no
y te miraba.
VALENTÍN GÓMEZ 3887 - 2° E
Cuántas veces yendo y viniendo
en torno a lo que amamos,
más libres que este raro olor
a lino,
más próximos, más justos o
acaso
más injustos
por pretender bajar la luna a
nuestras manos
más comunes a todo
sin festejos de sábados
sin elegantes formas, sin
pañuelos
diciendo adioses falsos
acá estamos, acá
yendo y viniendo, entre un
café y un trago,
muy simples, muy amigos,
dolidos y sonrientes,
afectuosos, conversando
de largas cosas vivas.
La puerta siempre abierta para
Almagro.
PUENTE BUSTAMANTE
Pasabas tú, bajando, tú
y un nolopienses dicho hasta
tu alma
y lluvias en esquinas y mateos
y finales tan dulces como las
rosas dadas.
Pasaba el puente mismo,
el morirse en las vías, el
despedirse en humo
y voz entrecortada
y pasaba palermo, pringles,
barrios pobres,
felices por el pie de tu
zapato y el calor de tu cara.
Te decía que no
y te miraba.
RADIOGRAFÍA DE ALMAGRO
Fue en una de las tantas
tardes
en que pisando tiempo, corazón
o acera,
me incliné a tu adoquín y a
tus paredes,
a tus camisas amplias de
obreros o a tus polleras
tornasoladas de amor;
a tus tacos muy altos de niñas
fabriqueras,
a tu heredad de gaita y
mandolina,
a tu abecé de bares que te
pueblan
y recogí tu gusto, tu palpitar
de barrio
y me senté contigo en un
umbral, como se sienta
un pobre diablo que ha
encontrado
la única moneda.
Quiero cantar, decirte,
llenarte hasta mi vaso,
cabecilla lunar de esta ciudad
sin tregua,
punto final de chacras y de
quintas,
quintaesencia
de oeste en Buenos Aires,
quintaesencia
del ancho muro amargo de la
vida, donde uno se para
y se golpea el corazón, el
aire y las maneras
y se sabe hasta aquí,
tan mezclado de cielo y tan de
tierra.
Aquí canté y lloré y anduve tu
adoquín
con el alma doblada a tus
umbrales y a tus puertas.
Y tuve lasitudes de amor
y ganas de fumar y ganas de
tristeza.
Tú me quisiste siempre
como a un gorrión que juega.
Y eso de andar, almagro,
cobijándome,
es gaje de tu oficio de
centinela.
Para poder decirte enteramente
habría que beber, por ti, jugo
de estrellas.
Habría que charlar de cosas
inocentes
como hacen tus niños al borde
de la siesta.
O habría, acaso, que inventar
un himno
más simple que la marcha de
una escuela.
De “Buenos Aires, mi ciudad”,
1963
CANTO A LOS HOMBRES DE VINO
TINTO
Yo sé que vendrán, caminarán,
vendrán, caminarán, darán la
vuelta,
dirán mi barco ballenero pesca
en las Orcadas,
mi vejez es un canto de
rayuela,
mi velador no caza mariposas,
vendrán, caminarán, dirán
cualquiera
tiene un gorro frigio,
cualquiera tiene un tango,
tiene un agua tanino;
vendrán, caminarán, dirán la
palabrota que les queda,
vendrán, caminarán, dirán del
apio,
vendrán, caminarán, dirán que
salga pato o gallareta,
dirán, caminarán, dirán qué
bárbaro,
dirán imbécil,
dirán yo soy un hombre,
dirán piso la tierra.
Yo sé que ellos vendrán,
caminarán.
Dirán, caminarán y cantarán
con la violeta
y cantarán el ajo de los
guisos
y el ábside, el gorrión, las
azoteas.
Vendrán, caminarán, dirán que
antepasados
murieron en cadalsos o en
hogueras,
murieron sobre camas de
hospitales,
sobre catres sin luz o sobre
las veredas.
Vendrán, caminarán,
con la antigua zozobra
del alquiler,
con la herramienta húmeda,
oxidada;
vendrán, caminarán, vendrán la
siesta,
falseadores del sol,
halconeros audaces del de
pronto,
viejos amigos míos, cantantes
de violetas,
venteando lluvias coloradas,
cayendo, decayendo, diciendo
que vendrán, caminarán,
diciendo apenas
que aquí vendrán, caminarán...
Y un chapoteo dulce pica en la
piel
y uno sabe que están como los
muertos:
acostados y duros y sin pena.
Como los muertos duros.
Los muertos ya no tienen
vanagloria. Ni problemas.
Ni decapitación. Ni ley.
Ni llave familiar para el
altillo. Ni retratos de abuelas.
Los muertos tienen solamente
un raptado moverse entre las
cosas y una cruz oficial
y un pasado rumor de voces
vivas en la oreja.
Y están bajo el zapato del que
vive,
químicamente amargos,
naturalmente pobres y de tierra.
Vendrán, caminarán.
Observadores simples,
jugadores de truco, sacrílegos
del agua,
bicarbonatos, hígados,
confidencias,
lo que yo siempre tuve es poca
suerte,
viejos amigos míos, cantantes
de violetas.
Vendrán, caminarán.
Tendrán la mano abierta,
un tajo de dolor hundiendo sus
infancias,
una hermosura en vino y un
vino en la moneda.
Vendrán, caminarán.
La vida es tan correcta,
tan construida así como esas
casas de diez pisos,
tan dócilmente puesta
hacia la muerte
que al encontrarlos
uno se siente afuera.
Vendrán, caminarán. Caña,
pescado, pipa.
Pelos en la nariz, buenas
noches me voy la tengo enferma
yo le voy a contar la historia
de mi pueblo,
qué has quedado pensando
marivelcha.
Yo sé que ellos vendrán,
caminarán,
vendrán, caminarán, darán la
vuelta.
Tienen cosas acaso que decir,
tienen qué preguntar: cuántas
botellas,
cuántos lagares dulces,
cuánta ocupada mesa,
cuánto codo raído
o pantalón gastado en las
veredas
o anoche me soñé vinado en un
cadáver
o anoche me soñé a mi María
muerta.
Vendrán, caminarán.
Visitarán mi tierra.
Vendrán, caminarán.
Fueron la tierra.
Vendrán, caminarán.
Se los tragó la tierra.
Vendrán, caminarán.
Campanas tocan en las copas.
Buenas noches amigos,
buenas noches por catres,
bodegones, viento al irse a dormir,
cantantes de violetas.
CANTO A LOS HOMBRES DEL DÓLAR
Tened cuidado. ¡Vive la
América española!
Hay mil cachorros sueltos del
león español.
Rubén Darío
Por suerte están muy lejos.
Por suerte se terminan poco a
poco,
declinan sus abyectos cauces,
se anuncian como son
-monedas-,
escupen chicles, tienen
guatemalas.
Porque donde fueron posible
intervención,
donde vieron la fruta sazonada
al alcance del brazo que
encajona,
no dudaron de hacerlo.
Porque donde se hallaron
con guano, con petróleo,
con estaño sudado,
con cajeras bonitas y fábricas
textiles,
con sucios pescadores de
lampreas,
con terrenos de caucho
o magros buscadores de oro en
las riberas,
o pequeños patrones de chatas
en los puertos,
o aun con simples piedras del
paleolítico;
donde hallaron lo útil,
la clásica ganancia para su
impavidez,
lo embarcaron en anchas
bodegas trasatlánticas,
lo custodiaron mucho
y le dieron destino de usinas
o de acciones.
Por suerte están muy lejos.
Por suerte ya no tienen
talismanes que los salven
y hacen que otros abran sus
ventanas,
sus viejas banderolas,
vean de lleno el sol que
fecundó las mieses,
vean de lleno obreros,
cargadores,
muchachos sin comer,
jerárquicos pastores con la
biblia al hombro,
católicos creyéndolos
y raspajes de muerte
en mujeres queridas de
turismo,
y entonces es posible que esos
otros
los vean como son
y piensen libertades
y crean en el unto de amor de
las familias
y busquen desprenderse.
(Se desprenden).
Porque ellos caen de pronto
-felices capataces de las
tierras volcánicas,
de las islas varadas en medio
del océano,
de las quintas cargadas de
rocío
donde crece el tomate como un
coágulo,
de la locomoción,
de la primera plana y el
teléfono-
caen sin que nadie diga qué
importancia
tendrá darles, de más, metros
de tierra.
Pero al caer transforman,
miden, quitan.
Y con la venia dulce de la
luna
se instalan mercaderes de los
sueños.
Porque acabadamente,
con letreros y avisos y
empresarios
se hicieron democracia en el
ocaso
y en el duro maíz
y en la sal de los trópicos.
Porque rastreramente,
con la corbata chic del
diplomático
intervinieron muelles,
jeroglíficos,
lugares donde matan a
cuadrúpedos,
tallarines cantados, ejércitos
de negros.
Porque impecablemente
vinieron a llevarse
bandoneones
y se fueron.
Porque tardíamente
dieron el oro a cambio del
obrero
y con sus duros ganglios de
bandidos
después de comprobarnos el
declive
se nos fueron.
Porque pusieron pie y robaron
tierra.
Porque nosotros somos
ese ejército limpio de
cachorros
con un diente en la lengua y
un puño en cada lance
y un amargo sudor donde
acabadamente
han de caer los hombres de los
dólares,
los cajeros del caucho y del
petróleo,
los que nos dieron luz sin
alumbrarnos,
los ricos mercaderes que
creyeron
que América no es de carne y
hueso.
ERNESTO
Ernesto,
hermano nuestro,
vino nuestro.
Hay que nombrarte en risas,
nuez, hinojo,
adoquines cruzados para dormir
la siesta
y recostados codos en estaños.
Hay que nombrarte arriba, en
un andamio
-de allí te nos caíste--
alegre de gorrión, cantándote
vivas madrugadas,
saturando tu pecho de
amistades.
Y ahora, dime,
¿de qué alpargata estás en ese
mundo,
en esa copa azul, en la
mensajería
de estrellas y de vientos?
Hay otro olor a casa en el
boliche.
Ya no están los barriles, las
mesas malparadas,
ya no está nadie, nada, todo
cambió, se fue,
murieron los genioles, todo ha
muerto.
Tu paso está en la calle,
cruzando el adoquín,
adoquinando el barrio,
mirándote hacia adentro la
cara del trabajo.
O en el andamio, cayéndote en
estrella.
O en el vinoso amor a los
muchachos.
O en nuestro corazón derecho,
recordándote.
EL SILLÓN
Mañana gris y nadie quiere
recogerte.
Junto al cordón de la vereda,
tu bordadura de años, tus
escombros.
¿Quién descansó allí?
¿Qué fatiga encorvada de horno
y pala?
¿Qué romántico amor
caridolente
en tus primeras lunas de
folletín y arpa?
¿Mi madre, con su rostro de
hortensia entre las nubes?
(En las horas de siesta le
gustaba
quedarse en una sala con
retratos)
¿Mi abuelo? ¿O el primer
gringo amigo de mi abuelo,
aquel que ahorraba moneditas
para comprar postales?
Y en las veladas de peinetón y
polca,
¿qué tornadizo azul torneado
coqueteó en tu estrechez de
nido de abanicos?
¿Y qué cosas tuviste cerca
tuyo?
¿Qué reloj de cucú, qué mirlo
en jaula,
qué pecíolo rojo, qué digno
piano?
¿Qué reliquia clavada en la
pared
te miró tanto tiempo con los
ojos sonámbulos?
¿Qué torreones de sueños se
veían
desde tu sitio? ¿Qué pesares
borrados?
Mi madre no desconoció tu
historia.
Cuando yo te llevé, se
sonreía.
Una sonrisa llena de pasado.
Mañana gris y nadie quiere
recogerte.
Todo tu tiempo ha terminado.
ROBERTO ARLT
Para él no fue el ágape, la
peña, el capellán,
el afrancesamiento afeminado,
ni el suplemento azul de los
domingos,
ni los señores dulces
biselados.
Tuvo una cara de color de
loco.
tuvo una flauta de color estaño.
Trepaba a los tranvías,
andaba sin amor, sin pasamano,
filípica en el gesto,
virulencia en la mano.
Loqueó su cara de color de
loco.
Tocó su flauta de color
estaño.
Pescaba encanallados
mercaderes,
blenorrágicos puros,
metodistas,
lesbianas, sueños
desarticulados,
incorregibles viejas con olor
a cama,
incestuosos contentos,
parricidas,
burdeles con sabor a llanto.
Blasfemó y escribió.
Con todo el corazón, todo el
cansancio.
Capítulo a capítulo nos
describió la piel,
nos mostró gorrioneras de
hambre flaca, largos
galpones duros donde el dolor
dolía,
Buenos Aires cayéndose
sonámbulo.
Encajonó verdad, refrigeró la
muerte.
Fumó el pucho porteño, tomó su
trago.
Con su cara de loco se fue un
día.
Con su flauta tocó todo el
estaño.
BOCA JUNIORS
Uno sabe el color bandera
sueca
desarrancado gol grito del
hincha,
vocación de este Boca boca
llena,
tictac de historia de tablones
chuenga a chuenga
Uno siente la sangre de
azul-oro
metiéndose en las venas
por un punto de más, por una
nada.
Y ocurre que ni almuerzo ni
merienda
tienen algo que ver,
ocurre que la novia zaguanera
o el padre encabezando los
domingos
miran pasar la tarde
bizcochada
y esperan como espera,
pasivamente el lunes.
Uno se va volado, está de loco
al paso,
refuerza el corazón, grita sin
grieta,
aplaude el gol sellado en la
gambeta,
siente su afán,
lo sigue hasta en la sexta
Y siempre, cuando ese sol
domingo color pájaro
le pega en la cabeza,
cuando tiene en capilla la
memoria
o en blanco la leyenda,
suelta nombres con nombres a
medida
que los nombres lo sueltan:
tesoriere capando los penales,
bidoglio con refrán en cada
pierna,
lazzatti semafórico a las
puntas,
cherro firmando la pelota para
una ida y vuelta,
arico llevándola al desprecio,
varela en boina suelta,
sarlanga como dulce golosina,
angelillo maestro, filósofo
poeta.
Así, de Boca en boca,
lo inconsolable tiene
consuelo de domingo por la
siesta:
léxico libre, loco levantado,
potrerío de fiesta.
Hacer la flor de bocajuniors,
hacerlo con belleza,
hablar del pueblo pobre
que sin pedir permiso
se vuelca hacia la izquierda
es una primavera de cosas
hipotéticas:
¿qué pensarán los clásicos,
qué pensará la golondrina
bécquer,
qué espronceda?
No sé.
Pero ese pueblo vivo que
empuja y desempuja,
que parla y parlamenta
es el único eco de estas voces
y el único que cuenta.
Viéndolo andar de Boca al
hombro,
de corazón con quince
estrellas,
de pasión sin corbata,
le digo este poema.
Mario Jorge de Lellis fue un poeta argentino. Su
poesía ha marcado a gran parte de la generación literaria argentina de los
sesenta, tales los poetas reunidos en el grupo de "El pan duro", pero
también puntuó la cotidianidad de los habitantes de Almagro para quienes es un
referente. Poeta popular de alto vuelo, influenció a escritores de la talla
de Juan Gelman, Juana Bignozzi o Humberto Costantini. Hoy es casi imposible encontrar sus
libros, falta de reediciones.
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