Santiago de Chile, 1986 - 1928
ABANDONO
He medido en tus ojos, mudamente
todo el mal de mi horrible
desamparo de amor. No me has querido
nunca, y no me querrás. Ya no me vale
buscarte en otros ojos de mujer.
Yo te he perdido para siempre cuando
he sentido vibrar sobre tus labios
el asco de tu espíritu al besarme
No me has querido tú, que me comprendes
no me has querido tú, que eres tan buena,
no me vale buscarte en las demás...
Seguiremos tú y yo, pues que lo quieres,
por esa senda que te mostré un día
blanca de luna y de serenidad.
Yo, más triste que nunca con mi muerte
y midiendo en tus ojos
todo el mal de mi horrible desamparo...
Tú estarás pensativa,
y yo adivinaré tus pensamientos
por el alcance que me dan los míos:
“No lo he querido. Yo que lo comprendo,
no lo he querido a él, a quién debiera
haber querido siempre...
no le he querido a él... ya no me vale
buscarle en los demás...”
Seguiremos, meditativamente:
tú, pensando en las cosas de la vida,
yo, pensando en tu vida y en mi muerte.
Seguiremos, meditativamente
por los campos desiertos...
(No habrá luna en el cielo... más la senda
estará siempre blanca. ¿No son blancas
las lágrimas del alma...?)
AMOR
Vendrá una hora blanda, y yo le diré: “vamos”;
Y ella, sus manos dulcemente me tenderá...
Nadie nos verá ir por el blanco sendero...
Y nos alejaremos, para no volver más...
Y en la paz de sus ojos se copiará el camino
Todo lleno de luna y de serenidad,
la noche elevará vibraciones lejanas...
y nuestros labios, juntos, nunca se saciarán.
Y correrán los días tranquilos y callados;
Y una tarde muy lejos de la torpe ciudad,
donde no pesará la ausencia del hermano,
nuestras espaldas beatamente se curvarán...
Pero siempre serán sus palabras amigas
y sus manos tendrán la misma suavidad
para posarse sobre mis ojos afiebrados...
mis ojos, los que un día le enseñaron a amar...
Será una tarde plácida... ¡tiene cosas la vida!
Llamará muchas veces... ¿quién le responderá?
Y entibiarán mis carnes gratamente sus lágrimas,
Y mi espíritu, triste, mirándola, se irá...
EL CANSANCIO ETERNO
Finalizó en silencio mi poema de amor,
y no hubo ni ruegos, ni desconsolación,
¿Por qué?... Me está sonando a hueco el corazón.
Sólo quedó en mi espíritu, enfermo de dolor,
El eco agonizante, suspenso, de una voz
Que se fue modulando esa suave oración
Que reza por el alma de aquello que pasó...
Voy sintiendo como, de nuevo, mi cadáver
Torna a ser el paciente conductor de mi carne.
Mi carne que, cansada de errar, no puede más
Con el peso espantosos de mi conformidad.
(Oh, las rutas eternas... oh, el martirio obediente
de llevarme yo mismo, de sentir que soy alguien)
el alma sabe como va agonizando el alma,
porque a través de sus calles imaginarias
mira hacia atrás hacerle muecas la juventud
riendo sobre la tapa negra de su ataúd...
¡Oh, el daño de la terca lentitud con que marcha
la procesión de las cosas que se va a la nada...!
Adoro el frío trágico que brota de mí mismo;
Y en tanto caminando voy por el laberinto
Silencioso y sombrío de mi mundo interior,
Gozo escuchando atento el ruido macabro
Con que van derrumbándose, en feliz descalabro,
Las virtudes que en mi alma puso, irónico, Dios...
LA HORA CIEGA
Sé que no es mi destino el que me lleva
a desoír las voces interiores
que a muchos nada dicen. Sé que hay algo
en mí, que tiene aquella efervescencia
de los fuegos internos. Inquietudes
de locura que estalla. Palpitantes
angustias de corrientes subterráneas,
y a veces, fugitivas claridades
que alcanzan hasta el labio...
Pero la vida está sobre el espíritu,
y el amor, que adormece los cerebros
con sus horas internas, y esa íntima
musicalización que nos arrastra
irremisiblemente, hacia las bellas
trivialidades de horas blancas....
Ese tranquilo sino de agua clara
de las aguas que pasan por la vida
saturada de enseñanzas, en puntillas
sobre su alba certeza de hojarasca;
Ese blando soñar despreocupado
tiene más armonía con sus ansias
Humildes, de encontrar en este mundo
sólo aquello que duerme, sueña o canta...
Mi espíritu cansado, no apetece
la efímera fruición de los arcanos,
y quiere abandonarse en el remanso
en que flotan, durmiendo, las sencillas
ventanas de las almas entreabiertas...
Es la alegría santa de su alma,
es su aureola de paz, es ese efluvio
de apacible y serena bienandanza
que surte de sus ojos...
Que cuando ya la carne se resista
a seguir con nosotros, para esa
inquieta ebullición habrá una ruta...
Y será éste un paréntesis de oro
en la futura ebullición suprema
del átomo a la luz... hasta la hora
de la enorme victoria, en que, vencidas,
las sombras se desprendan de los ojos
para dejarnos ir serenamente
cara a cara al arcano...
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