CHARLES CROS


Fabrezan-Francia, 1842 - París, 1899



LA EMBARCACIÓN-PIANO

La embarcación se desliza
con rapidez deslumbrante por el océano de la fantasía.

Impulsada por los vigorosos esfuerzos de los remeros, esclavos de diversas razas imaginarias.

Imaginarias, ya que sus perfiles son todos ellos inesperados, ya que sus torsos desnudos son de colores raros e imposibles en las razas reales.

Los hay verdes, azules, rojos carmín, anaranjados, amarillos, bermellones, como en las pinturas murales egipcias.

En medio de la embarcación sobresale un estrado y sobre el estrado un piano de cola muy largo.

Una mujer, la Reina de las ficciones, está sentada ante el teclado. Bajo sus rosados dedos, el instrumento derrama sonidos aterciopelados y potentes, que cubren el murmullo de las olas y el jadear de los remeros.

El océano de la fantasía ha sido domado; ninguna ola será lo bastante audaz como para hollar la superficie del piano, obra maestra de ebanistería hecha en palisandro brillante, ni para mojar el fieltro de los martillos u oxidar el acero de las cuerdas.

La sinfonía señala la ruta a los remeros y al timonel.

¿Qué ruta?, ¿y a qué puerto conduce? Los remeros nada saben de esto, ni tampoco el timonel. Pero van, por el océano de la fantasía, siempre adelante, siempre más atrevidos.

¡Bogar, adelante, adelante!, la Reina de la ficción lo dice en su sinfonía sin fin. Cada milla recorrida es felicidad conquistada, ya que es acercarse a la finalidad suprema e inefable, aunque fuere inaccesible hasta lo infinito.

¡Adelante, adelante, adelante!

(Le Coffret de santal, 1873)

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