Monterrey-México,1881-
DELIRIO
En un charco de sangre, allí estabas tendida
para siempre callada, para siempre dormida,
con los ojos abiertos muy abiertos.... abiertos
y mirándome siempre como miran los muertos,
sin amor y sin odio, sin placer ni amargura,
con sutil ironía y a la vez con ternura.
El puñal en mi diestra todavía humeaba,
pero ya a mis oídos el furor no gritaba,
y crecía el espanto, y la angustia crecía,
y humeaba en mi diestra el puñal todavía
con el vaho candente de tu sangre ardorosa,
de tu sangre de virgen, de tu sangre de diosa.
¿Cómo fue?... ¿Quién lo sabe, si lo ignoro yo mismo?
¿Fue ascensión a la cumbre? ¿Fue descenso al abismo?
Sólo sé que en tus ojos vi otros ojos impresos,
que sentí entre tus labios el calor de otros besos,
y entre sombras y dudas mi razón agitada,
quise hallar, a tu sangre otra sangre mezclada,
y al vengar mis agravios y entregarte a la muerte,
hasta el último instante, hasta el último, verte,
y ver cuál se borraban en tus yertos despojos,
la impresión de esos labios, la impresión de esos ojos;
Y en tus labios ya muertos, y en tus labios ya fríos,
Para siempre dejarte la impresión de los míos.
Era ya media noche y en la obscura alameda
murmuraban las hojas con voz débil y queda,
mientras dulce y tranquila, tras finísimo velo
de neblina, la luna se elevaba en el cielo.
¡Cuán hermosa es la vida! ¡Cuan hermosa! dijiste.
Sí, la vida es hermosa –contesté– pero es triste
que se acabe tan pronto... Y seguimos andando,
tu pensando en la vida, yo en la muerte pensando.
Sí, la muerte, la muerte –murmuré; y asustada,
te paraste y me viste con medrosa mirada,
y en tus ojos tan grandes, y en tus ojos tan bellos,
vi brillar más que nunca la mirada de aquellos,
y en mi fiebre inextinta de pasión y locura,
recorrióme la suave sensación de frescura,
del que asciende a la cumbre o desciende al abismo...
y después... ¿quién sabe, si lo ignoro yo mismo?
En un charco de sangre, allí estabas tendida,
para siempre callada, para siempre dormida,
con los ojos abiertos, muy...abiertos,
y mirándome siempre como miran los muertos,
sin amor y sin odio, sin placer ni amargura,
con sutil ironía y a la vez con ternura.
Todavía en mi diestra el puñal humeaba,
y crecía el espanto, y la angustia crecía,
y humeaba en mi diestra el puñal todavía...
con el vaho candente de tu sangre de diosa.
Mas, ¡oh dicha que en medio de mi crimen surgiera!
Al dejar en tus labios la caricia postrera,
vi que al fin se borraba de tus yertos despojos,
la impresión de tus labios, la impresión de tus ojos,
y en tus labios ya muertos, y en tus labios ya fríos
para siempre quedaban la impresión de los míos.
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