LUIS BARRIOS CRUZ

El Guayabal-Edo. Falcón, 1898-Caracas - Venezuela, 1968

ORACIÓN POR LOS ÁRBOLES DESAMPARADOS

Las manos flacas de los árboles mendigos,
de estos árboles extenuados,
que no pudieron seguir camino
y se quedaron en mitad de la sabana,
en la propia mitad del desamparo,
las manos flacas de los árboles mendigos
se alargan suplicantes al viento de la tarde.

¡Pordioseros los árboles!

Hasta las hierbas mustias envidiosas de las hojas pulidas
están hilando ahora, hilando,
por la miseria de estas manos flacas,
llanto de luna en el huso del silencio.

Una mañana limpia, como una venda,
salieron estos árboles
de su mata fecunda, como una enseña,
con hojas recién estrenadas, 
con savia virgen,
por la sabana ancha,
hacia el desolado sin fin.

Un tiamo en el sin fin gemía
bajo el hacha del sol.

Y ellos iban con bálsamos
de los que filtran las estrellas errantes,
iban con hilas del telar de los trinos,
iban con miel de abejas.

La llanura es muy lenta, y la pena es muy larga;
y los árboles expedicionarios se vencieron
en la propia mitad del desamparo.

El viento pasa con las riendas desflecadas,
y las manos bambolean inválidas en la tarde.

Tal vez quiera mirarlos un lucero,
algún lucero bueno de los que todavía
andan por esos mundos.
Tal vez quiera mirarlos, y tal vez el buen lucero
ruegue a la nube salvar los pobres árboles.

La nube es ingeniosa. Puede tener el pensamiento,
el pensamiento ágil de llegarse a la costa
y tirar del camino, halar la cuerda fácil
de este camino donde los árboles se quedaron cansados,
y llevarlos lentamente, suavemente para no lastimarlos,
hasta la orilla fresca de los caños.

Cuando la nueva primavera venga,
estos árboles alzarán sus copas llenas 
y brindarán por la nube y por el astro.

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