Cuenca-Ecuador, 1860-1939
ALBORADAS
Cual de un sol moribundo los reflejos,
cual de extranjera playa, de allá lejos
viene el recuerdo de mi edad primera.
¡En el espacio azul, qué resplandores,
qué arrebol entre nubes de colores!
¡Dadme volver atrás! ¡Ah, si volviera!
Aún miro, como en sueños, alto monte
cerrando el horizonte;
una heredad perdida en la arboleda,
y entre juncos el río, en curso blando,
al umbral de la granja murmurando. . .
¡Sólo una sombra de esos tiempos queda!
Mis hermanos y yo, por esas lomas,
de yerba en flor - bandada de palomas
nacidas a la sombra del olvido,-
al resplandor de la primera aurora,
subimos con la mente soñadora
al cielo, desde el nido.
La luz de la mañana
ya cruza mi ventana
en brilladores haces transparente
y rocío sutil aglomerado
por el opuesto lado,
cubre las hojas del cristal luciente.
En el alma aún presentes las visiones
de otro mundo y los sones
de un himno oído en inefable ensueño,
¡cómo a la voz materna
el niño se prosterna,
rebelde a los estímulos del sueño!
Y melodioso trino,
célico acorde, cántico divino,
al resonar la voz del campanario
del cerro en la eminencia,
se escucha la cadencia
de las alternas notas del Rosario.
Y su diana el gallo vigilante
lanza aquí, más allá y en la distante
heredad. Los devotos labradores,
-¡comienzo santo en la labor diaria!-
entonan la plegaria
ante una cruz de espigas y de flores.
En el humilde templo de la aldea:
-¡Que bien venida sea
tu apetecida luz! -exclama el cura.-
¡Padre, mi labio con amor te nombra;
cubra tu augusta sombra
mi grey, que en tus favores se asegura!
El buen maestro, al rezo
al pequeñito adiestra, que travieso,
del divino gorjeo se recela;
y de jilgueros inocente trino.
con aire campesino
estallan las plegarias de la escuela.
Y el canto del Rosario
el templo asorda, invade el solitario
monte, en el antro mísero solloza.
¡Doquiera suenas, cántico sublime,
donde se ama y' se gime,
en el palacio, en la olvidada choza!
Fatigada la frente,
torno la faz a oriente,
a esas auroras de una edad lejana;
y cólmase la copa de mi llanto,
pues aún amo el encanto
y el perfume y la luz de una mañana.
(De Mi Poema)
ANOCHECER
Cuando el sol tras el monte se apaga,
y el crepúsculo dice silencio,
y amortajan las nieblas el valle,
del sol para el duelo;
de la tarde en la breve agonía,
cuando gime en las pencas el viento,
como faros, se encienden en lo alto
trémulos luceros.
A la luz de esos astros, velada
por la gasa sutil del ensueño,
otra tierra feliz adivino
de paz y misterio.
Y con rumbo a la patria soñada,
una estrella -mi estrella- a lo lejos,
me parece que alumbra la ansiada
ribera del cielo.
(De Plegarias)
LA TARDE
¡Cuán bella y melancólica la tarde!
Vasta hoguera de luz, el ocaso arde;
y el sol, aunque a la muerte se avecina,
del iris los colores,
como lluvia de flores,
derrama sobre el valle y la colina.
Tras el tenue cendal de la penumbra,
el crepúsculo alumbra,
triste cual sí velara la partida
del astro agonizante; desolado
gime el viento en el prado,
el agua llora del peñón vertida.
La voz de la campana
-clamor augusto, súplica lejana-
se extiende por las pampas; aletea
bajo el alar la tímida avecilla;
devoto el campesino se arrodilla
al Angelus del templo de la aldea.
El toque de oraciones
llega a los corazones
cual gemido de allá, del otro mundo,
y queda todo en plácido sosiego;
sólo el silencio, luego,
es cántico solemne, himno profundo.
La estrella de la tarde solitaria
asoma en el cenit, y la plegaria
brota del alma y en los labios suena:
-Cuando despierta y cuando muere el día,
¡salve, Virgen María!-
se oye doquier, en música serena.
En el cañaveral el viento gime;
es ya la noche... En majestad sublime,
con tu misterio y soledad asombras,
solemne y triste, y al Señor levantas,
con notas sacrosantas,
Naturaleza, el himno de las sombras ...
Después, la luna nueva
lentamente se eleva,
antorcha de la aldea y las cabañas;
y tenue resplandor, cual gasa leve
se extiende en el paisaje, y como nieve,
amortaja la vega y las montañas.
¡Tardes del tiempo aquel, anocheceres
que ya no volverán, como los seres
que duermen en el fondo de la tumba!
Sólo quedan dolor de la memoria,
leve sombra de dicha transitoria,
el eco de una voz que no retumba ...
Enfrente a la heredad, sobre la cumbre
del monte, se esparcía intensa lumbre,
y asomaba una estrella: esa era mía;
¡pues, en ella, vestida de pastora,
verte, al primer destello de la aurora,
soñé, Virgen María!
La indiana melancólica bocina,
en la estancia vecina
gemía de unos pobres; vigilaba
el perro fiel ladrando en el otero,
y el corcel altanero
en la granja piafaba.
Arrobábanme en lánguido embeleso
la cadencia del rezo
por infantiles labios repetida
y brotada de amantes corazones
y, en cándidas visiones,
de ángeles el descenso y la partida ...
¡Amor de los amores, torna y vierte
en la sombra de muerte
el raudal de tu luz! Mas ¡ay! la onda,
no la alta cumbre a repasar alcanza. . .
¡Adiós, dulce esperanza!
¡Ya no hay un eco que a mi voz responda!
(De Mi Poema)
MAYO
¡Oh gratas primaveras
Que alegráis las andinas cordilleras!
Cómo a su primer rayo
Rompe en flores la pampa solitaria!
¡Es la hermosa estación de la plegaria,
Mes de las almas y la gloria, ¡Mayo!
La errante luz en el jardín se posa:
Colorea el clavel, pinta la rosa,
Y derrama triunfante en su carrera
La risueña cascada de colores
¡Estación de las flores,
juventud de las almas, ¡primavera!
Cuántos rumores en el patrio río,
Que despeñado desde el monte umbrío
Se deshace en espumas;
La alfombra de las hojas cubre el suelo,
Y pasan por el cielo
Aves y nubes e irisadas brumas.
El valle, cual colmado canastillo,
Luce su pompa al brillo
Del sol: vierte el moral en el sendero
Sus blancas flores y el purpúreo grano:
Y el maíz, en la pendiente y en el llano,
Corónase de plumas altanero.
Bajo toldos de verde enredadera,
A la opuesta ribera
El brazo extiende la orgullosa puente;
Y vestida de helechos y de grama,
Los aires embalsama,
Y mírase en la límpida corriente.
En vértigo, la rueda del molino
Gira entre el torbellino
De las raudas espumas: cubre el techo
El blanco polvo como tenue gasa;
Y adentro el trigo pasa
De la ancha tolva en la prisión estrecho.
A la sombra del sauce
Duerme el agua en el cauce,
Donde murmura queda;
Y viciosa y lozana,
Se baña en la corriente la líana
Que encima de los árboles se enreda.
En medio el pradecillo de claveles,
Cual nido que se esconde en los vergeles,
Surge en el bosque la heredad modesta,
Do el humo del tejado lento asciende,
Donde la lumbre que la esposa enciende
Es del esposo fiel la única fiesta.
En torno el arrogante
Monte que cine en oriental turbante
La neblina que al campo da frescura;
La ciudad cual bandada de palomas,
Se recuesta en las lomas,
Y las plantas oculta en la espesura.
¡Oh valles de la patria! oh azulada
Linde que cercas la feliz morada
¡Donde habita la paz! Aquí los huertos
Están siempre y los setos florecidos,
Y calientes los nidos,
Y es alegre aún la casa de los muertos.
Cuanto la vista abarca
En la andina comarca
Se elevan de la Virgen los altares,
El ara de los campos se improvisa,
El musgo la matiza
La consagra el amor de los hogares.
En concierto perenne
Los campanarios suenan; y solemne
Un himno nuevo canta
La vieja Catedral, y a los remotos
Montes lleva sus ecos, como votos
Que a los cielos levanta.
En la pobre capilla
¡Cómo risueña brilla
La Imagen de la Virgen de la Escuela!
¡Cuántas rosas y lirios
Qué de nevados cirios!
¡Cuánta plegaria que a los cielos vuela!
Y las cestillas llenas
Vierten en los altares azucenas;
Ensaya la inocencia el dulce arpegio
Mezcla de queja y bendición y orgullo;
Y en creciente murmullo
Los cánticos se escuchan del Colegio.
¡Qué cartas a la Virgen dirigidas
De querellas henchidas!
En hojas de color con orlas de oro
Qué cosas se escribían inocentes:
Ansias locas y súplicas ardientes,
La primera pasión, el primer lloro.
También yo te escribí... Puse temblando
En tus manos la carta. - Yo, ignorando
Del mundo, te pedía
Un hogar a la vera de mi calle;
Una heredad en el nativo valle
¡Y el don de la adorable poesía!
(De Mi Poema)
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