A distancia, cruzando los campos
se oye, débil pero nítidamente
el manantial de primavera.
Escucho,
me acerco.
Por los bosques estivales,
perfumados de sol y frescor,
suenan los ecos del agua cantarina.
Sigo mi camino,
buscando.
Ya se vislumbra
por entre las copas de los árboles otoñales
el valle donde susurra
el escondido arroyo.
Tengo que descansar.
Como si hubiese nieve en el aire,
como si los pasos fuesen infinitos.
Escucho, estoy cerca.
La voz del manantial, más débil,
continuamente allí,
invisible.
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