MAX JIMÉNEZ


San José, Costa Rica, 1900 - Buenos Aires Argentina, 1947


REVENAR
Fragmento

Porque es lo inevitable, todo habrá de pasar,
porque ahora lo digo, y es un minuto más.
¿En dónde están los otros, los que yo quiero amar?
Se llevaron mis mieses, me dejaron sin haz.
Si el paso por la vida pudiéramos grabar,
si hubiese un alma amiga, de suyo en la bondad,
que, palabra a palabra, el Eterno Nocturno volviese a recitar,
tal vez lo que es la nada, se tornara en
caricia de suave claridad.

LOS DOS BUEYES

Están en el camino
víctimas de las leyes,
los cuerpos extenuados,
lamiéndose, dos bueyes.
Descarnadas las frentes
por el peso del yugo,
raída la osamenta
por el leño verdugo.
Tribútanse caricias,
alivio del destino,
lamiéndose dos bueyes
que están en el camino.
Son astros apagado
sus ojos entornados;
estrellas ya sin luz.
Y al recordar de penas
las llagas de la frente
se lamen mansamente...

NUEVA YORK

Estas luces...
Este ruido...
Estas gentes que olvidaron
el sentido de la vida.
En que no existen virtudes
porque no hay leyes.
Y perdieron,
los pecados de los padres
que era el único contacto
que tenían con el mundo.
Estas gentes,
que subieron hasta hacer reír los cielos,
porque andan por las calles
sin su alma.

Hicieron de su tiempo
un alquimista,
que también está cansado de dar oro.
Así va
este mar de hombres,
este esclavo del progreso,
que se ha atado de dos manos.
Nueva York,
hueso sin carne,
que perdió allá en las alturas
el contacto con lo humano...
¿Y la vida?
Unas luces... Este ruido...

DEL DOLOR

Y allá en los palacios señoriales,
en donde habitan las herencias reales,
de lujo vestido se llegó el dolor;
nada pudo la sangre,
nada el amor.

Y a las casas lujosas de los poderosos,
del dinero dueños y de campos lujosos,
de oro vestido se llegó el dolor;
impotente fue el dinero
de todo gran señor.

Y en la pobre casa del valle y la montaña
donde el trabajo brinda lo que la tierra entraña,
de harapos vestido habitó el dolor;
inútil la humildad
del Santo Labrador.

Fue a palacios reales;
descendió a los valles,
repartió sus males,
por toda la vida, el dolor.

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