Desde que mi pregunta
oblicua se incrustó en los riñones de la urbe,
desde que se hizo pedazos el mar
cual ánfora de barro
desde que comenzaron a decaer tus gestos
tu voz a disolverse como niebla en la ventana
los colores a emigrar y sólo el agua
cual cortina a amar nuestros ojos...
eh!... desde entonces seguí aquel machetazo repentino
por debajo de tu frente, brillando mortífero
como conspiración de mercenarios.
Damasco, pensé, Damasco
Mas ¿cómo se hizo de pronto cuesco listo para pro crear?
En mi pecho un bosque meciéndose se hinchaba
suplicaba una axila ardiente
lejos de los ojos del profano
para bañarse en petróleo
en ofrenda a la Virgen de Tinos
en mercadería abandonada en la aduana
en el “ay” de un apuñalado
mas no pudiendo eludir lo inevitable
volver a ser mi pregunta otra vez
al sesgo clavada ahí en los riñones de la urbe.
Con este aro un niño de ocho años jugaba a la rueda
yendo hacia arriba por el camino de la mina;
así es que no hemos de morir.
Recomienzo así desde tu última palabra.
Recojo tus cabellos derramados por todos los rincones de la tierra.
De la última lluvia/ sólo cuatro pedazos me faltan.
Voy a recomponerlo todo con paciencia.
Encontré al azar algunas páginas
aquí y allá de tu pecho
Muchachas pequeñas pintaron sobre ellas
extraños peces dorados.
Un jirón de tu mejilla, trozo de tormenta
de los alambres colgaba a punto de caer de un momento a otro.
Lo cogí también loco de alegría
hice la primera tentativa de recomponerlo
pero de nuevo hete mi pregunta, torcida lámina,
allí clavada al sesgo en los riñones de la urbe
Qué es esto otra vez Dios mío?
Cuánto tiempo pasó hasta encontrar un pequeño pedazo
de tu petrificado pensamiento en el cementerio de elefantes?
Luego apretados los tres dedos otra vez
como en la ceniza dentro de una injuria
en el idioma de los latinos, nos santiguamos.
A su espalda marcado el año del escalofrío
la tarde de los Verdes, de los Vénetos
el bullicio del Hipódromo, el alboroto.
Y salvo el resquicio de un telefonazo nervioso
como en el termómetro.
Muchos días voy a alimentarme de tu última palabra.
Después comeré mi pensamiento a media asta.
Después que suceda lo que quiera.
Tus tres dedos huyeron asustados:
uno hacia el norte otro al mediterráneo
y el tercero se entregó al Asia Menor.
Mas la injuria fiel de os Vénetos quedó a mi lado.
He aquí entonces: tu pecho un pez dorado
en un libro de letras gordas para doncellitas.
La tormenta que se tuerce, que se hace tu mejilla,
abro la ventana con estruendo, tu voz semidesnuda
que se lanza corriendo a la calle
hacia las quebradas de Zalongo.
Detente, por Dios!
Detente que quiero dispararte, apuntarte al medio de la frente!
De tus pedazos sólo me falta la ultima lluvia,
no alcanzo.
Del petróleo, de la paralizada mercancía,
del promontorio de Tinos, del ”ay” del acuchillado
vuelve a emerger otra vez el bosque de pinos. Se horroriza y yo respiro.
Una compañía con los fusiles bajo el brazo,
la mar pedazos como el ánfora tras la reliquia
por mi pregunta la urbe muere.
Tú, tú eras mi pregunta.
Que en dos cortaba el profundo poniente
y parecía que exhalaban en el fondo de la herida
las entrañas de noviembre
nada más hube encontrado.
Nada más
ya que te agotaste para que no secaran nuestros huesos
no se rompan y el mercurio espeso de derrame.
Me quedé otra vez para recomponerlo todo.
Traté a duras penas de formar tu cara
pero siempre lo mismo, otra vez lo mismo: mi pregunta
clavada ahí al sesgo en los riñones de la urbe.
¿Y qué ocurre ahora?
¿si otra vez aún? si tratase recogiendo
pedazo a pedazo el ánfora rota
de rehacer el mar?
si agarrara de entre los dientes del perro
el hueso sacro de mi madre?
Si amarrara de nuevo los vagones
si los trenes otra vez silbaran
manchando la almohada del muchacho que ahora duerme
y sus párpados florecen?
Cristo mío,... por fin empezaba la gangrena.
Pero si tan fácil no he de resignarme.
Quedan todavía mis tropiezos con las cananas cruzadas.
Quemaré hasta mi último cartucho
mientras sube por mis huesos el mercurio.
(Traducción: Pedro Ignacio Vicuña)
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