Quito-Ecuador, 1879-1935
PIEDAD
Piedad para los débiles, los niños
que van por los caminos de la vida,
huérfanos de esperanzas y cariños,
de caída en caída
Piedad para sus frentes -abrileños
lirios que el viento del dolor inclina-
donde jamás tejieron los ensueños
su tela peregrina
Piedad para sus ojos errabundos
que parecen mirar cosas extrañas;
ojos meditativos y profundos
de pupilas hurañas
Para sus labios secos y marchitos
que la miseria con sus hieles llena,
piedad; piedad para sus roncos gritos
de hambre, de sed, de pena
Piedad para sus rostros demacrados,
pálidos como rosas del invierno,
que nunca se han sentido acariciados
por el beso materno
Piedad para sus manos, esas manos
que, cruzadas de rojas cicatrices,
demandan compasión de sus hermanos,
los ricos, los felices
Piedad para sus plantas diminutas
que hieren y ensangrientan los zarzales,
plantas que, acaso, seguirán por rutas
y senderos fatales
Piedad para sus cuerpos mal vestidos
que el frío azota y el calor hostiga;
cuerpecitos dolientes de vencidos
que caen de fatiga
Piedad para sus tristes corazones
en donde nada canta ni florece,
yermos que el huracán de las pasiones
desvasta y aridece
Piedad para sus almas sin ternuras
de donde huyeron ya las alegrías;
almas faltas de sol,
almas oscuras como ánforas vacías
¡Piedad para sus días sin encanto,
piedad para sus noches sin sosiego,
piedad para su llanto,
piedad para su ruego!
PIEDAD
Piedad para los débiles, los niños
que van por los caminos de la vida,
huérfanos de esperanzas y cariños,
de caída en caída
Piedad para sus frentes -abrileños
lirios que el viento del dolor inclina-
donde jamás tejieron los ensueños
su tela peregrina
Piedad para sus ojos errabundos
que parecen mirar cosas extrañas;
ojos meditativos y profundos
de pupilas hurañas
Para sus labios secos y marchitos
que la miseria con sus hieles llena,
piedad; piedad para sus roncos gritos
de hambre, de sed, de pena
Piedad para sus rostros demacrados,
pálidos como rosas del invierno,
que nunca se han sentido acariciados
por el beso materno
Piedad para sus manos, esas manos
que, cruzadas de rojas cicatrices,
demandan compasión de sus hermanos,
los ricos, los felices
Piedad para sus plantas diminutas
que hieren y ensangrientan los zarzales,
plantas que, acaso, seguirán por rutas
y senderos fatales
Piedad para sus cuerpos mal vestidos
que el frío azota y el calor hostiga;
cuerpecitos dolientes de vencidos
que caen de fatiga
Piedad para sus tristes corazones
en donde nada canta ni florece,
yermos que el huracán de las pasiones
desvasta y aridece
Piedad para sus almas sin ternuras
de donde huyeron ya las alegrías;
almas faltas de sol,
almas oscuras como ánforas vacías
¡Piedad para sus días sin encanto,
piedad para sus noches sin sosiego,
piedad para su llanto,
piedad para su ruego!
Hermoso recordar los días de la escuela y del colegio cuando nuestro espíritu se erguía entonando heroicos himnos y marchas cívicas.
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