LEÓN DIERX

Saint-Denis, 1838-París-Francia, 1912

LÁZARO

Y Lázaro a la voz de Jesús despertó.
Lívido, en las tinieblas alzóse de repente;
Con sus fúnebres trabas avanzó torpemente,
Después, de todo erguido, grave y solo, partió.

Solo y grave, de entonces marchó por la ciudad,
Como buscando en ella a alguien que no encontraba,
Chocando contra todo lo que a su paso hallaba,
De la vida en las cosas, en la hirviente ruindad.

Bajo su frente pálida, abrillantada cera,
Sus vidriosas pupilas, faltas de resplandores,
Como al tenaz recuerdo de eternos esplendores
Parecían privadas de mirar hacia afuera.

Y vacilante andaba, como un niño, abismado
Como un loco. A su paso la multitud se abría.
No osando nadie hablarle, al azar discurría,
Como hombre que se asfixia en un aire viciado.

No comprendiendo ya nada del vil zumbido
De la tierra, abstrayéndose en unsueño indecible,
Pavoroso advirtiendo su secreto terrible,
Pausado iba y tornaba en silencio sumido.

Con el temblor, a veces, que la fiebre provoca,
En actitud de hablar, las manos extendía;
Pero el vocablo incierto aún del último día
Un invisible dedo detenía en su boca.

Todos los de Betania, bravos, fuertes o flojos,
Tomaron miedo a este hombre; solo iba él gravemente;
Se le helaba en las venas la sangre al más valiente
Ante el horror inquieto que nadaba en sus ojos.

¡Ah! ¡Quién decir podría tu extrahumano suplicio
Al venir del sepulcro donde están descansando
Todos, y del que tornas, por la ciudad llevando
La mortaja a tu cuerpo ceñida cual cilicio!

¡Resucitado pálido, mordido de gusanos!...
¿Puedes tentar de nuevo las luchas de este mundo
Oh tú, que oculta llevas, en tu estupor profundo,
La misteriosa ciencia vedada a los humanos?

Apenas aún la noche volvió su presa al día
Tú en la noche reentraste, soñador misterioso,
Espectro inerte, ajeno de la vida al furioso
Batallar, que contemplas sin dolor ni alegría.

En esta otra existencia insensible y callada
No deja una reliquia tu recuerdo en la tierra.
¿Has sufrido dos veces el ósculo que aterra
Para en la azur esfera entrar, ya antes lograda?

-Cuántas vees, oh!, a la hora en que es la luz ya escasa
Tu gran forma en el cielo, lejos de los vivientes
Se vio, alzando al Eterno los brazos reverentes,
Dando su nombre al ángel que retardado pasa;

¡Cuántas, ¡ay!, solo y grave, en los céspedes bellos
Se te vio, entre las tumbas matizadas de hiedra,
Enviciando a los muertos que en sus lechos de piedra
Un día se acostaron para no alzarse de ellos!

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