FERNANDO GONZALEZ URÍZAR


Bulnes-Chile, 1922- Santiago, 2003


AMIGA, SOLA AMIGA


Amiga, sola amiga, perfume, flor primera,
¡no es verdad tanto olvido cayendo en primavera!
No es verdad la ceniza, ni el hielo, ni la noche:
¡te amo, collar de besos, paloma, cielo inmóvil!

Amiga, sola amiga, cascada, luz de silbo,
¿quién despliega tus alas las tardes de domingo?
¿Dónde resuenas y ardes, amiga, dónde sueñas?
¿Cuándo huyó de mi vida tu amor de pan y llanto?

Amiga, sola amiga, ramo de abejas, brasa,
¡cómo te nombro ahora y me repica
sobre la vastedad del corazón tu gracia!
Por ti las aguas puras, las madrugadas hondas,
el sol duro.

Por ti la voz huida, la paz amenazada,
el día en luto.
Por ti la rosa umbral, la empuñadura
de esmalte solitario.

Amiga, sola amiga, golondrinera,
¡ya no tiembla el vilano su pluma en celo!
Ya no tañes, cautiva, dulces pihuelas,
ya no varan tus cisnes de cera trémula.

Yo voy de ti cubierto,
lleno de ti, contigo, sumergiendo
las cosas que vivieron en tu busca:
la amapola lunar de herido soplo,
el coral de algarada, vivo, espeso,
la escarcha funeral, de lumbre mustia.

Amiga, sola amiga,
tu ser de alud en furia
tripula mi desnuda escuadra verde.
Pasó el verano en ascuas
y la lluvia
me acosa desde enero hasta diciembre.

Amiga, ¡no me olvides!
Amiga, ¡no te vayas!
Púlsame con tu espada de aire lejos,
táctame con tus yemas enlunadas,
abrévame la gota de cicuta,
alhájame los ojos de cizaña,
túmbame en tu agua de vihuelas lúgubres,
derrúmbame salobre entre las algas.

Rásgame, ciégame, múdame, gotea ,
que tengo nieve y cal bajo la lengua,
que llora un mirlo gris en mis entrañas,
que aúlla el viento Sur en la tiniebla.

Que hoy día te amo tanto
y tanto y tanto te amaré por siempre,
que por ti sola voy gritando adentro,
adentro de mi adentro más adentro,
¡amiga, te amo, te amo, te amo!

REGRESO

No vuelvas!: hallarás la casa oscura,
el aldabón será una mano extraña.
Ceniza, polvo, orín y telaraña
te cegarán la sed de su hermosura.

El huerto ya gastó su agricultura,
los salones su brillo, la cizaña
cegó el jardín, mi juventud huraña
su anillo de mazurcas y dulzura.

Apoyarás la sien en el espejo
fiel de la mocedad, brocal del viejo
resplandor otoñal al que te vierte.
Llorarás al oír cómo fenece

la luz en su laguna, ¡cómo crece
la pezuña de Dios hacia la muerte!

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