ALEJANDRO MAGARIÑOS CERVANTES

Montevideo-Uruguay, 1825-Rocha, 1893

EL CHARRÚA

Yo canto el ínclito esfuerzo
De la gigantesca raza
Que hiciera trescientos años
Pié firme frente á la España,
Llevando diversa suerte
A diferentes batallas;
Esa, no bien conocida
Ni aun aquí en su misma patria,
Pero que en hechos gloriosos
Se muestra, en ella, abultada,
Burilando en nuestra historia
Su nombre á punta de lanza,
Y la que también pudiera
Competir con la araucana,
Si Don Alonso de Ercilla
Fuese aquel que la cantara.
Esa, que siendo señora
De nuestra vasta campaña,
Con planta fácil, ligera,
Indómita la paseaba,
O en sus boyantes canoas
Sutiles, leves y largas,
Nuestros arroyos y rios
A todas aguas sulcaba;
Esa, de pecho salido.
Ancha de hombros, de alta talla,
De cabeza firme, erguida,
De fisonomía animada,
Y cuya corva nariz
Copia era de la romana,
De cuerpo recto y flexible,
En ademanes, gallarda,
De breve andar altanero,
Y de nervuda pujanza;
Esa, que por todo traje,
A la cintura llevaba
Un tonelete de pieles,
Sueltas á fuer de sobadas,
Y un quillapi que á los hombros
Por sobre el pecho anudaba,
Mientras que su cabellera,
Negra, extendida, poblada,
Dejaba caer al descuido
Sobre el pecho, hombros y espaldas,
Y allá á nivel de la frente
En redondo la apretaba
Con un jirón de colores
Ancho y a guisa de faja;
Esa, de mirar severo,
De tez brillante y tostada,
Que el cuello, brazos, muñecas
Y tobillos se adornaba,
Lo mismo en fiestas que en lides,
Con ajorcas emplumadas;
Esa, que briosa en el llano,
En el aduar, ó en la caza,
Airada, quieta, ó corriendo,
Traia consigo, por armas
Arco, carcaj, y en él flechas,
Y en la mano larga lanza,
Y boleadoras, de á dos
Que á la cintura reataba;
Con éstas, al escondido
Tras de alguna espesa mata,
Atisbaba al avestruz,
Al guazubirá ó la gama,
Y alzándose de improviso
Al aire las revoleaba,
Y despedidas en jiros
Al animal alcanzaban,
Concluyendo su carrera
Cuanto le envolvían las patas;
Esa que del lazo hiciera
Serpiente negra, enroscada,
Que al desrizar sus anillos
Hasta la presa llegaba,
Para rodeársele al cuello
Y detenerla ó ahogarla;
Y la que también sabia
Desafiar, y que retaba,
E iba al campo, y cuerpo á cuerpo,
Esgrimiendo en él sus armas,
Lidiaba tenaz y fiera
Llena de fé y esperanza,
Mas si el destino alevoso
Al trance la abandonaba,
Maldiciendo su deslino,
Moria sin pedir gracia ;
Esa, que al potro bravio
De aquella cria de España,
Dominándolo á su antojo,
Le quitara ó diera alas,
Tal ó como le placía,
Dueña era de su arrogancia;
Y (') ya lo paraba inmóvil,
O agitándolo, volaba,
Pues con un leve bocado,
No de hierro, sí de huasca,
Como lo nombraba ella,
Trepándose á sus espaldas,
Iba en el crinado potro
Recorriendo la campaña,
Cruzando rios y arroyos,
Y bosques y hondas quebradas,
Y pantanos y chircales,
Y lagunas y montañas,
Siempre respirando bríos,
Siempre vomitando saña,
Siempre blandiendo su pica,
Siempre soñando venganza,
Y sobre el fogoso potro
Al combate se arrojaba,
Y en él, allí, á los cristianos
De la América ó de España,
Con indomable entereza,
Aunque desigual en armas,
Arremetiéndolos, lista,
Bizarra los afrontaba,
Y les disputaba el campo,
Palmo á palmo, cara á cara,
Y golpeándose la boca,
Que espuma en copos manaba, .
Con ella, al viento, entre gritos
Parte de su rabia enviara,
Mientras el campo en su potro
Caracoleando rodeaba,
Mostrándoseles á todos,
Con él, y en él, con su lanza,
Donde una espada filosa
Embutida traía al asta.
Y cuyo aguzado estremo,
Húmedo en sangre cristiana,
Cada vez que se blandía
Rojas gotas salpicaba;
Que asi iba, rebosando
Crudas y cerriles ansias
Por todas partes, y en todas
Lidiando jadeante, airada,
Siempre ansiando el esterminio,
Nunca hastiada de matanza.
En fin, yo canto la tribu
Que hoy es polvo, menos, nada;
Esa que fuera preciso
Para vencerla, acabarla.


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